1. -- Carmen Mele, OP <cmeleop@yahoo.com>
2. -- P. Jude Siciliano, OP <FrJude@JudeOP.org>
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1.
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Queridos lectores:
Marta y María, por su presencia en los Evangelios según San Lucas y San Juan, son ambos tipos de personas y personas realistas. Solo en años recientes el papa Francisco reconoció a las dos junto su hermano Lázaro como santos y dignos de un día de fiesta común. En esta interpretación trato de ofrecer una interpretación de las dos que si no es nueva al menos es distinta de que estamos acostumbrados a escuchar. Ojalá que les ayude a ustedes en sus predicaciones.
En el amor de Cristo, Carmelo, OP.
XVI DOMINGO ORDINARIO – 20 de Julio de 2025
(
Génesis 18, 1-10; Colosenses 1, 24-28; Lucas 10, 38-42)
El evangelio de hoy es bien conocido y apreciado. Los predicadores lo suelen usar para mostrar que Jesús tenía amigas, incluso discípulas mujeres. También lo presentan como modelo de dos formas de vida religiosa: activa, como la de las Hijas de la Caridad, y contemplativa, como la de las Carmelitas. Sin embargo, intentemos hoy otro enfoque.
Para ello,
tenemos que retroceder al evangelio del domingo pasado, con la parábola del Buen
Samaritano. Las últimas palabras de aquella lectura fueron una exhortación de
Jesús al doctor de la Ley: “Haz tú lo mismo”. Quería que el doctor ayudara a los
necesitados, sin importar su raza o religión. La lectura de hoy sigue
directamente a esas palabras con un consejo que, a primera vista, parece
contradictorio. Jesús le dice a Marta, ocupada con los quehaceres propios de
recibir a un huésped, que en ese momento no son tan importantes. Refiriéndose a
su hermana María, sentada a sus pies como discípula, Jesús afirma que ella “ha
escogido la mejor parte”.
¿Por qué entonces Jesús reprende a Marta por su preocupación por los quehaceres del hogar, justo después de decirle al doctor de la Ley que sirviera al prójimo? ¿Ha cambiado de parecer? ¿Ahora solo importa escuchar la palabra del Señor?
Para responder
a estas preguntas, podemos aprovechar una célebre oración de San Agustín:
“Señor, que tu gracia inspire, sostenga y acompañe nuestras obras, para que todo
nuestro trabajo brote de ti, como de su fuente, y a ti tienda, como a su fin.”
En ella, el orante pide al Padre que envíe su Espíritu Santo, de modo que el
motivo de sus obras sea puro y su acción termine dando gloria a Dios.
Sin la gracia
del Espíritu Santo, nuestras obras —como dice el libro de Eclesiastés— son
vanidad. Nuestra naturaleza, herida por el pecado, no puede producir
verdaderamente el bien. Nuestra intención, lo que San Agustín llama la “fuente”,
suele estar centrada en el yo egoísta. Y nuestra acción, el “fin” de esa
oración, muchas veces está manchada por defectos. No dudo, por ejemplo, que
muchos estudiantes se esfuercen no tanto por aprender la materia o hacerse
sabios, sino por obtener buenas notas para destacarse ante sus padres y
compañeros. Nos hemos vuelto como árboles infectados por la plaga, incapaces de
dar buen fruto. Y el Señor lo confirma en el Sermón del Monte:
“…todo árbol malo da frutos malos” (Mt 7,17).
Al estar cerca del Señor, escuchando su consejo y sintiendo su amor, María se prepara para actuar en una manera nueva. No se inclinará al egoísmo en presencia de Jesús, que conoce su corazón. Sus obras serán sanas y santas porque ha escogido “la mejor parte”. Probablemente Marta también comprende la lección. Ella es generosa y, más importante, tiene la sensatez para recurrir a Jesús en su apuro.
¿Y nosotros?
¿Nos parecemos más a María, contemplativos y silenciosos, o a Marta, activos y
expresivos? En realidad, no importa. Las dos han sido proclamadas santas.
Lo importante es que, como María, escuchemos y obedezcamos las enseñanzas del
Señor. Y que, como Marta, pidamos su ayuda y realicemos nuestras obras con
esmero.
Carmen Mele, OP <cmeleop@yahoo.com>
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“PRIMERAS IMPRESIONES”
16 DOMINGO C
20 de Julio de 2025
Génesis 18:1-10; Salmo 15:2-5; Colosenses 1:24-28; Lucas 10:38-42
Por: Jude Siciliano , OP
Queridos predicadores:
En el mundo oriental de la época de Abraham, la hospitalidad era más que una costumbre social: era una obligación sagrada. Recibir al extranjero se consideraba una virtud religiosa, ya que los huéspedes solían ser considerados mensajeros o incluso manifestaciones de Dios. En las historias antiguas, las visitas divinas no eran raras. Para nuestros antepasados, la visita de un extraño podía tener un significado celestial.
Los cristianos conservamos vestigios de esta tradición. Los peregrinos y viajeros debían ser recibidos como enviados de Dios. San Benito instruyó a sus monjes a recibir a los huéspedes como a Cristo mismo: «Fui forastero, y me acogieron» (Mt 25,35). Todos debían ser recibidos como hermanos y hermanas en la fe.
Hoy, en un mundo desconfiado y acelerado, tal hospitalidad parece escasa. Por eso la historia de Abraham y Sara sigue siendo tan importante: para nuestros hermanos y hermanas judíos, nuestros antepasados en la fe, y para nosotros. ¿Será que el extraño aún trae luz, quizás incluso la presencia de Dios? Muchos recordamos un encuentro inesperado que nos brindó claridad, dirección o gracia. Cristo se hizo hombre y continúa hablando a través de los demás y en los momentos cotidianos de la vida.
La Carta a los Hebreos alude a la historia de Abraham cuando dice: «No descuidéis la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles» (13,2).
En la lectura de Génesis de hoy, Abraham recibe a tres desconocidos bajo el calor del día. Sale de su tienda, se acerca a ellos y les ofrece una generosa hospitalidad. No pidieron ayuda; Abraham tomó la iniciativa. Aquí hay una lección: estar alerta, mantener los ojos abiertos y ofrecer ayuda antes de que la pidan, incluso cuando eso implique salir de nuestra zona de confort. La hospitalidad de Abraham y Sara es generosa y alegre. Aún no saben que sus visitantes son mensajeros de Dios que traen la promesa de vida. Su bondad no espera recompensa.
[Uno de mis íconos favoritos representa esta escena: el “Ícono de la Trinidad” de Andrei Rublev, c. 1430. Vale la pena echarle un vistazo.]
En el Evangelio, Jesús no es un desconocido para Marta y María, sino un viajero necesitado. La conocida historia de su acogida muestra dos respuestas: Marta se lanza a brindar hospitalidad, mientras que María se sienta a los pies de Jesús para escuchar. La frustración de Marta con María es comprensible. ¿Acaso no reaccionaríamos muchos de nosotros de la misma manera?
Esta historia suele simplificarse demasiado, utilizándose para oponer la vida contemplativa a la activa. Pero necesitamos profundizar. Antes de criticar a Marta por estar demasiado ansiosa u ocupada, recordemos quién es ella en realidad.
Marta es discípula, iniciadora y mujer de una fe firme. Recibe a Jesús en su hogar. Expresa una fe profunda incluso en el dolor tras la muerte de su hermano (Jn 11,1-44). Sirve una cena en Betania poco antes de la pasión de Jesús (Jn 12,1-3). Y su confesión —«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios» (Jn 11,27)— es una de las más claras de todos los Evangelios.
Marta es sincera con Jesús. Es una persona con los pies en la tierra, práctica y fiel. Como muchos de nosotros, compagina sus responsabilidades con el esfuerzo de vivir su fe. Para todos los que llevamos una vida plena, Marta es un ejemplo poderoso de discipulado. Su historia nos recuerda que el servicio, arraigado en la fe, es sagrado. El hogar de Marta se convierte en un lugar sagrado donde Jesús es escuchado y cuidado. Es un ejemplo de lo que nuestras parroquias pueden ser: lugares de acogida, presencia y amor.
Marta nos invita a traer a Cristo a nuestra vida diaria. Nos muestra que el servicio y la contemplación no son opuestos, sino dos expresiones de amor. Su vida refleja una profunda confianza y una sólida relación con Cristo.
Que ella guíe nuestra oración hoy. Que nunca estemos tan ansiosos ni distraídos que pasemos por alto la voz serena del Señor que nos invita a descansar y confiar. Que tengamos la valentía de hablar con sinceridad a Cristo y depositar nuestra confianza en sus promesas. Y que reconozcamos a Cristo en las tareas cotidianas de la vida, dejando que tanto nuestro trabajo como nuestra oración fluyan de nuestro amor a Dios.
Haga clic aquí para obtener un enlace a las lecturas de este domingo: