
VI Domingo
Ordinario (A)
02.12.2023
Eclesiástico 15:16-21
1 Corintios
2: 6-10
Mateo
5: 17-37
Cuando uno piensa en una pareja que quiere casarse, generalmente
es evidente que los dos están dispuestos a hacer todo lo posible
para agradar al otro. No están midiendo su relación según una
regla que dice que la mujer tiene que hacer tanto y el hombre
otra cosa. Tal vez años después, eso parece la realidad, pero
en el momento cuando se enamoran, están poniendo el énfasis en
el otro: en lo que el otro quiere, en lo que el otro necesita,
en lo que le da alegría. Lo que guía su relación es el amor, el
cariño, y la idea de estar juntos para la vida.
También cuando pensamos en una pareja que tiene a un recién
nacido, ellos hacen todo lo necesario para asegurar su salud y
su bienestar. Su responsabilidad surge de un amor grande que
tienen, no de una seria de reglas. Hacen sacrificios, de su
tiempo, de su sueño, de su dinero. A veces se quejan de la
falta de tiempo para sí mismos, o de haber perdido tantas horas
de sueño, pero no dejan de actuar con cariño. No es una ley que
les guía, sino la relación que tiene con esta nueva criatura.
Creo que cada uno puede pensar en otros ejemplos de su propia
vida, de una vida sacrifica por el bien de un padre o madre, un
vecino solo, una persona incapacitada, o un pariente
encarcelado. Actuamos con generosidad y alegría, dando apoyo y
muchas veces ayuda económica, aun no es necesaria según la
ley. Y sentimos mal cuando nos damos cuenta de que otros que
tienen más responsabilidad no lo hacen.
Pensando así, tal vez entendemos un pocito mejor el Evangelio y
los ejemplos de Jesús. El está usando el método de los rabinos
para decir que no es suficiente seguir la ley en el sentido
estricto. Hay que aceptar la responsabilidad de vivir bien, no
midiéndose con las acciones de no matar, no robar, no tener
relaciones fuera del matrimonio, sino aceptando la
responsabilidad de vivir como hermanos, como miembros de una
sola familia, la familia de Dios. Por eso, el dice que no vino
a abolir la ley o los profetas, sino a darles plenitud.
Vemos en la primera lectura que tenemos la libertad de aceptar
la invitación de Dios o de rechazarla. Dice que Dios es
sabiduría infinita, y que su deseo es que escogemos siempre lo
que nos trae vida. Dios sabe todo lo que hacemos y sigue
invitándonos a colaborar en la creación de su reino. Si vivimos
en comunión con Dios, compartimos su sabiduría, o sea, la
capacidad de ver la realidad como Dios mismo. Si podemos llegar
a esta altura, vamos a ver las posibilidades de la vida: la
posibilidad de tener felicidad dentro de la familia,
colaboración en la comunidad, y justicia para los oprimidos.
Todo lo que lleva a la humanidad hacia la visión de Dios para el
mundo es parte de la sabiduría infinita de Dios. Hoy cuando nos
acercamos al altar para recibir el Cuerpo y la Sangre de Jesús,
debemos pedir el don de la sabiduría. Y saliendo de la Iglesia,
debemos actuar con este entendimiento de la vida.