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Bautismo del Señor 1.10.2021
1 Juan 5: 1-9 Marcos 1: 7-11
De alguna manera podemos pensar en este domingo como el principio de la misión pública de Jesús. El Evangelio presenta a Jesús como el Enviado de Dios, como él que va a empezar su ministerio para revelar el Amor del Padre. Su bautismo por Juan es su primer acto, su presentación como Mesías, anunciado por la misma voz de Dios. Jesús viene como promesa de justicia y esperanza- don de Dios a un mundo que está en media de tremenda necesidad.
El evangelista dice que cuando Jesús salió del agua, los cielos se rasgaban y el Espíritu, en figura de paloma, descendía sobre él. Y una voz del cielo decía: “Tú eres mi Hijo amando; yo tengo en ti mis complacencias.” Es la misma voz de Dios, lleno de alegría que la gran misión de Jesús está para empezar. Desde ahora, Jesús pasará su tiempo predicando el amor de Dios, curando a los enfermos, consolando a los sufridos, perdonando a los pecadores y proclamando a todos la buena noticia de salvación. Y la alegría de Dios tiene que manifestarse- para Jesús y para los demás.
No sabemos lo que estaba pensando Jesús en este momento. Ni sabemos lo que pensó Juan al oír la voz de Dios. Pero es muy probable que estuvieran pensando en las Escrituras de los profetas, las que anunciaron la llegada del Mesías. Y la Iglesia nos propone las lindas palabras de Isaías, el profeta que pone en la boca del Señor la invitación a todos: a los que tienen sed, a los que tienen hambre, a los que no tienen dinero- una invitación de acercarse a la mesa del banquete. Jesús va a empezar su misión de anunciar a los necesitados este Dios de abundancia que está dispuesto siempre a recibir a sus hijos.
Desde este momento Jesús aparece como maestro y profeta. Jesús va a presentarse en un estilo singular, comprensivo y servicial. Jesús se encontrará más que todo entre los débiles, entre los marginados, los leprosos, y los que la sociedad evitaba como indeseables. Y El procede así es el Enviado de Dios.
Tenemos hoy la oportunidad de pensar no solamente en el bautismo de Jesús, sino en nuestro bautismo también. Todos nosotros hemos recibido el agua y el Espíritu Santo. Y como el Padre se complacía de su hijo Jesús, así también el Padre se complace de cada uno de nosotros. Por nuestro bautismo, estamos llamados a la misma misión como Jesús: predicar el amor de Dios, curar a los enfermos, consolar a los sufridos, extender el perdón de Dios y proclamar la buena noticia de salvación.
Tal vez es difícil ver nuestra vida en la luz de la misión de Jesús. Sin embargo, tenemos la misma llamada. Podemos predicar el amor de Dios en nuestro papel dentro de la familia, con los hijos, con los padres, con el enfermo, con el pariente deprimido. Nos cuesta paciencia y sacrificio, pero la única manera en que el individuo puede aprender el amor de Dios es por medio del amor demostrado por alguien que le acerca con cariño.
Todos conocemos gente enferma. Hay los que sufren enfermedades del cuerpo, pero aun más que sufren enfermedades de la mente y del alma. Hay los que viven fuera del calor de la familia; los que viven aislados por causa de la droga u otra adicción; los que se han entregado al odio y al rencor; los que faltan el auto-estima; los que viven encerrados por su orgullo. Todos sufren y por nuestro amor, podemos hablarles una palabra de aliento. Así es nuestra vocación bautismal.
Cada vez que venimos a la misa, cada vez que celebramos la Eucaristía, renovamos nuestro compromiso bautismal y entramos de nuevo en la misión de Jesús. Demos gracias a Dios por su gran don de la fe. "Sr. Kathleen Maire OSF" <KathleenEMaire@gmail.com> |