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Homilías Dominicales

IV Domingo de Adviento 2018

 

Estimados lectores,

 

Al llegar al cuarto domingo del tiempo de Adviento estamos concluyendo un tiempo de gracia para entrar en otro: la celebración del nacimiento del Divino Niño Jesús. Sin embargo, nos queda un poquito tiempo más para prepararnos antes de su llegada en especial a nuestro corazón. Que la luz de Jesucristo brilla desde su interior para iluminar a las personas en su alrededor caminando en un mundo que conoce demasiado oscuridad.

 

Paz y bien,

P. fray Charles Johnson, O.P.

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Homilías Dominicales

IV Domingo de Adviento - C

Lecturas: Miqueas 5: 1-4 / Hebreos 10: 5-10 / Lucas 1: 39-45

 

La ha visto? Percibido? Sentido? Escuchado? Acogido?  Hablo de la gracia de Dios y está por todos lados. Claro que el tiempo de Adviento es un tiempo especial y de gracia, pero estoy más convencido que nunca que uno de los aspectos más fundamentales de nuestra fe es la disposición de reconocer la presencia de la gracia de Dios en medio de nuestro entorno y en el mundo actual y en especial reconocerla en medio del pecado. Más que reconocer la presencia es esencial reconocer la realidad de la gracia tanto en nuestro alrededor como en nuestro corazón.

 

En el relato de la Anunciación que precede la lectura del evangelio de hoy, la joven Virgen María recibe la noticia más importante de todos los tiempos: el nacimiento del Salvador por acción del Espíritu Santo y por medio de ella. Además de recibir una gran gracia de Dios, ella es proclamada “llena de gracia” por el arcángel Gabriel que Dios mismo había enviado a anunciar su mensaje. Después de recibir semejante bendición de Dios, María solo pudo hacer una cosa: salir con prisa a visitar la única persona humana capaz de comprenderla, su parienta Isabel. La historia de la Visitación que leemos hoy nos relata un encuentro entre una persona que en verdad está “llena de gracia” y otra persona que es capaz de reconocer la gracia de Dios y regocijarse por ella.

 

Más que ser una ejemplar de la santidad, la Virgen María nos da un ejemplo de imitar: la necesidad de experimentar Jesucristo por dentro y el poder de su gracia antes de seguirlo por fuera. En otras palabras, es necesario dejarlo a Jesucristo entrar en nuestro interior y cooperar allí con su acción sanador antes de anunciarlo en el mundo que nos rodea. 

 

En su mensaje al final del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, el papa Francisco nos da sabiduría para ayudarnos seguir el ejemplo de la Virgen María: “Por su misma naturaleza, la misericordia se hace visible y tangible en una acción concreta y dinámica. Una vez que se la ha experimentado en su verdad, no se puede volver atrás: crece continuamente y transforma la vida. Es verdaderamente una nueva creación que obra un corazón nuevo, capaz de amar en plenitud, y purifica los ojos para que sepan ver las necesidades más ocultas” (Misericordia et mísera, 16). 

 

La respuesta de la joven Virgen María y el reconocimiento de parte de Isabel y su hijo Juan en el vientre de su madre nos ensenan una gran lección: la necesidad de acoger la gracia de Dios y permitirla transformar nuestra resistencia a ella. Dispongámonos a reconocer la gracia de Dios por fuera y por dentro como un gran regalo del Señor Jesús que ha venido y que ha de venir.   

 


 

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